No lo dudemos. No hemos inventado el sexo. Tampoco la manera de practicarlo. Las generaciones que nos precedieron ya hicieron lo que nosotros hacemos ahora. En ocasiones perdemos la perspectiva histórica y nos dejamos llevar por una especie de orgullo y presunción generacional que nos impide comprender que más que creadores somos herederos, y que todo lo que soñamos hacer y hacemos sexualmente ya ha sido soñado y hecho muchos años antes de que nosotros naciéramos.

Acostumbrados a registrar como acontecimiento extraordinario que algunos juguetes eróticos se incorporen a las prácticas sexuales de una pareja tras un éxito cinematográfico, olvidamos o ignoramos que algunos de esos juguetes ya llevan muchos años utilizándose y que lo único que nuestra generación ha hecho ha sido mejorar los diseños y los materiales empleados en la fabricación de dichos juguetes.

En Oriente Medio ya se fabricaban falos y se recubrían de resina. En Grecia se usaban penes de madera o cera que eran humedecidos y lubricados con aceite de oliva. Entre aquel dildo y los productos actuales lanzados al mercado por marcas como Lelo, California Exotic Novelties, Pipedream o Joydivision sólo hay una evolución de diseño, estudio y materiales de fabricación. El paso principal del dildo de madera a otro de materiales más elaborados hay que debérselo a Frank E. Young, que elaboró un prototipo de dildo rectal (vendido como tratamiento contra las hemorroides) en 1892.

Otro ejemplo de dicha evolución de los juguetes eróticos es el del vibrador. El Dr. George Taylor patentó a mediados del siglo XIX un vibrador de vapor para evitar el cansancio que podían sufrir las mujeres al masturbarse. Durante la época victoriana se consideraba que la masturbación femenina era un remedio muy apropiado para aliviar los males derivados de la “histeria”, una enfermedad catalogada como propia del sexo femenino. El vibrador a vapor de Taylor no tuvo demasiado éxito pero en 1880 el electroquímico J. Granville sí que lo tuvo elaborando un modelo más evolucionado, práctico y atractivo.

Otro ejemplo de esa evolución de los juguetes eróticos sería la de las muñecas hinchables o sex dolls. Hemos asistido a su magnífica evolución desde la típica y menospreciada muñeca hinchable de plástico a las maravillas realísticas fabricadas hoy en día, pero ignoramos que los marineros del siglo XVII ya habían inventado la Dame de Voyage, una especie de muñeca de trapo con formas curvilíneas y que servía a los hombres que debían permanecer tanto tiempo sin tocar puerto para desahogar sus ganas de sexo. La llegada del caucho permitió que, primero René Scwaeble (alquimista que elaboró las primeras muñecas hinchables para caballeros) y después Iwan Bloch (sexólogo alemán de primera línea que impulsó la fabricación en serie de muñecas hinchables), dieran un aspecto más femenino e higiénico a aquella antihigiénica Dame de Voyage de los marineros del XVII. Esto sucedió a principios del siglo XX. Nuestros bisabuelos, pues, ya pudieron disfrutar de la aparentemente fría pero resultona complicidad de una muñeca hinchable.

Muchos más antiguos fueron los primeros seres humanos que pudieron disfrutar del uso de un condón. Hay mucha mitología sobre el origen del preservativo, pero la fecha más fiable es la de 1560. En esa fecha, y para evitar contagios durante una epidemia de sífilis, los hombres empezaron a usar el condón. El cordón umbilical de los cerdos sirvió para elaborar esos condones. A los pocos años ya se elaboraban con una funda de lino bañada en una serie de productos químicos y puesta a secar. Aún quedaba lejos el uso del látex, pero los cimientos para los actuales y avanzados preservativos de sabor ya estaban puestos.

Como ves, hay que desprenderse de esa presunción que a veces nos embarga de haber descubierto el sexo y acercarse a los juguetes eróticos con un poco de humildad y un algo de devoción. Ellos son el reflejo de la búsqueda de placer de muchas generaciones y del esfuerzo de observación y experimentación de todas ellas por conseguir el mejor producto posible.

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