No fueron ellas, no, las primeras en ponérselas. Ni tampoco fueron las primeras en bajárselas. Las bragas, de hecho, nacieron como prenda masculina. Es decir: que fueron los hombres los primeros en llevar bragas (por eso se utilizaba la expresión “hombres bragados”) y ellos fueron, también, los primeros en bajarse las bragas. Y no fue hasta bien avanzado el siglo XX cuando nació la braga de algodón tal y como la conocemos para convertirse en una prenda exclusivamente femenina. Desde entonces, la braga no ha hecho sino perder tamaño y ganar ajustabilidad. En la actualidad, el diseño se ha adueñado del universo de las bragas convirtiéndolas en una prenda que no sólo está creada para proporcionar comodidad a su usuaria, sino también para dotarla de un toque chic a veces juvenil, a veces sensual. Hasta llegar a este punto de la historia de la braga, en la que coinciden en el mercado un sinfín de marcas de lencería íntima o de lencería erótica empeñadas en conseguir la braga más sexy, la más llamativa o la más sensual, ha habido que recorrer un camino de siglos.
Ese camino de siglos tuvo su inicio en el taparrabos, aquel pedazo triangular de cuero animal con cintas que, cosidas a las esquinas, se ataban alrededor de la cintura. Tras los taparrabos, las siguientes prendas de ropa interior en Occidente fueron las utilizadas por griegos y romanos. Los primeros, tras sus contactos con los pueblos orientales, adaptaron algunas prendas de ropa interior utilizadas por aquéllos. Los segundos, por su parte, copiaron de los pueblos galos una especie de pantalones de cuero para los soldados que, posteriormente, fueron cambiados por otros de lana.
El siguiente cambio experimentado por la ropa interior masculina tuvo lugar a lo largo de la Edad Media. Nuevos materiales como el algodón o el lino sirvieron para hacer que esa especie de pantalones que se usaban como ropa interior se volvieran más suaves, cómodos y adaptables. Llegado el siglo XVI, el hombre empezó a utilizar un calzón más ajustado al cuerpo. Este calzón, que triunfó y se extendió por toda Europa, fue el primer modelo de ropa interior que la mujer (primero fueron las niñas) copió del hombre. Para ellos tuvieron que lidiar con una opinión que estaba muy extendida entre los médicos de aquel tiempo: la de entender que la zona íntima debía permanecer aireada para, de ese modo, evitar todo tipo de infección.
Tendría que llegar el siglo XIX, con su nueva concepción de la higiene y la medicina, para que se impusiera el uso de pantalones cortos debajo de la ropa. Que cada vez esos pantalones fueran más ajustados fue una cuestión de comodidad. Para desempeñar tareas cotidianas resultaban más cómodas las prendas ajustadas que las holgadas.
Hacia mediados del siglo XIX las bragas femeninas no eran algo en exceso cómodo. Difícil de llevar y difícil de lavar, esas bragas llevaban cintas y lazos por todas partes. Se ponían y cambiaban una vez a la semana o cada dos semanas. En el interín, las mujeres que usaban este tipo de bragas cambiaban una especie de tirita interior que, al igual que las toallas higiénicas en la actualidad, estaban directamente en contacto con sus partes más íntimas.
El cambio de siglo hizo que las bragas fueran acortándose. Acortándose quiere decir que, en lugar de llegar hasta los tobillos, lo hacía hasta un poco por debajo de la rodilla. Fue Etienne Valton, fundador de la marca Petit Bateau en 1893, quien, por fin, creó la braguita sin perneras. Para ello, y tal y como publicita esta franquicia de ropa interior de algodón, bastó con realizar “dos tijeretazos legendarios”. La aparición de esta braga no impidió, sin embargo, que las mujeres siguieran llevando bragas largas hasta la llegada de la segunda guerra mundial.
Así, fue en la década de los cincuenta cuando la braga de algodón se hizo popular y objeto de consumo cotidiano de mujeres de toda clase y condición. Llegó entonces el momento de que empezaran a surgir marcas y, con ellas, la competición entre unas y otras por conseguir un diseño más seductor para aquella prenda que, habiendo nacido masculina, se iba a convertir en símbolo absoluto de lo femenino. Apareció la lencería de encaje, se buscaron nuevos materiales y, en los ochenta, apareció, marcando un antes y un después en el mundo de la lencería, el tanga.
En la actualidad, el universo de la braga femenina es un universo en el que caben múltiples tipos de prendas. De la braga más tradicional al tanga de hilo, pasando por la braga brasileña, la braga bikini o el culote, la mujer de hoy tiene un amplio abanico de posibilidades para elegir su braga.
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