La vida humana no puede concebirse sin sexualidad. La sexualidad es inherente a ella. Somos seres sexuados desde que nacemos. Y eso es así también para las personas que padecen algún tipo de discapacidad, aunque durante mucho tiempo haya sido un tabú, y en gran medida lo siga siendo todavía, el referirse a ello. Las personas que padecen alguna discapacidad son también personas sexuadas. Con este artículo queremos, en la medida de nuestras posibilidades, aportar nuestro granito de arena en el derrumbe de ese tabú. Y es que no es cierto que las personas con discapacidad:
- No tienen atractivo.
- No pueden producir placer.
- Tienen una sexualidad incontrolable, perversa, impulsiva y promiscua.
- No pueden tener relaciones sexuales “normales”.
Nada de eso es cierto y tampoco lo es que el hombre discapacitado tenga, por definición, mayores necesidades sexuales que las mujeres discapacitadas. Todo eso son mitos que se sustentan sobre prejuicios sin base científica alguna y que, a la corta o a la larga, acaban incidiendo de manera negativa sobre la sexualidad de las personas con alguna discapacidad, ya que, por regla general, se tiende a silenciar y a hacer invisible la necesidad de sexo de las personas con discapacidad, que, de ese modo, ven reprimido y limitado el pleno ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos.
Antes de analizar con mayor profundidad la relación existente entre discapacidad y sexualidad, vamos a dar una definición lo más ajustada posible al término discapacidad. Para ello vamos a recurrir a la Organización Mundial de la Salud (OMS). Según ésta, se entiende por discapacidad toda restricción o ausencia funcional de lo considerado normal a causa de una deficiencia o una minusvalía. ¿Hasta qué punto afecta esto a la vida sexual de la persona? Como acostumbra a decirse a menudo, cada caso es un caso y cada persona es un mundo. Así, las personas discapacitadas pueden tener muy variadas maneras de vivir la sexualidad. Por regla general, sin embargo, todas ellas deben enfrentarse a una serie de dificultades que, no teniendo que ver directamente con su discapacidad, acaban afectando a su sexualidad y al modo de vivirla. Entre esas dificultades podemos distinguir las siguientes:
- La sobreprotección familiar. Ésta se traduce, en muchas ocasiones, en la incapacidad de la persona con algún tipo de discapacidad para disponer de un espacio y/o un tiempo privados. Esa carencia de privacidad impide a las personas discapacitadas no solo el tener relaciones sexuales con otros, sino, incluso, el poder mantener conductas sexuales autoeróticas. Es decir: el tener la posibilidad de masturbarse.
- La dificultad para acceder a contextos normalizados en los que poder relacionarse con iguales.
- La imposibilidad de gozar de una educación afectivo-sexual que les aleje de lo que en demasiadas ocasiones no es sino una lluvia constante de mensajes negativos sobre su sexualidad.
Estas tres dificultades a las que deben enfrentarse las personas discapacitadas hacen que, finalmente, dichas personas se vean condenadas a permanecer al margen de algo que, en el fondo, es íntimamente suyo: su propia sexualidad. Al carecer de la autonomía necesaria, la sexualidad de las personas discapacitadas queda en manos, única y exclusivamente, de agentes que, por cercanos que sean, no dejan de ser agentes externos, por lo que comúnmente son los profesores y la familia quienes acaban determinando cómo vive su sexualidad la persona discapacitada.
Intimidad y educación afectivo-sexual
Para romper el tabú que hace mirar hacia otro lado cuando se habla de la relación existente entre discapacidad y sexualidad es necesario, ante todo, proporcionar a la persona discapacitada la posibilidad de conquistar su propio espacio íntimo, su propia intimidad. La persona discapacitada debe decidir por sí misma qué quiere hacer, con quién, cuándo, cómo y dónde. Como personas sexuadas que son, las personas discapacitadas deben poder expresar sus intereses, sus necesidades, sus deseos y sus fantasías para, en base a todos esos factores, intentar escribir lo que vendría a ser su propia “biografía sexual” eligiendo, ante todo, de qué manera desea expresar su sexualidad. Para ello, sería necesario que estas personas recibieran una adecuada educación afectivo-sexual.
Cuando se habla de educación afectivo-sexual en general y de educación afectivo-sexual orientada a personas discapacitadas no se habla tanto de una educación orientada a inculcar en las personas que las reciben una serie de conceptos que tengan que ver, directa, única y exclusivamente, con la prevención de riesgos, como de una educación que, orientada a trabajar la autoestima y a reforzar el concepto que cada persona tenga de sí misma, sirva para descubrir las propias tendencias sexuales y para interiorizar que las diferencias individuales deben ser aceptadas en el marco de un comportamiento global en el que cada uno quiera, acepte y cuide su propio cuerpo.
Para que la educación afectivo-sexual orientada a personas con discapacidad tenga éxito es necesario reforzar el trabajo que se hace con esas personas trabajando, a su vez, con sus familias y con los centros asistenciales o educativos a los que esas personas acuden. Ese trabajo, fundamental, debe servir para que las familias se olviden de los falsos mitos creados alrededor de la relación entre sexualidad y discapacidad y para que, una vez derribados los tabúes y vencidos los miedos, puedan ayudar al familiar discapacitado a, tal y como se ha dicho antes, escribir su propia biografía sexual.
Finalmente, para que la educación afectivo-sexual de las personas discapacitadas sea fructífera y positiva se necesita, ante todo, interiorizar un concepto fundamental: el de reconocer el derecho de toda persona a vivir una vida sexuada a pesar y con sus limitaciones y características particulares.
Una parte de dicha educación afectivo-sexual deberá ir orientada, sin duda, a normalizar en el imaginario de la persona con discapacidad y en su entorno más cercano que dicha persona tiene derecho a la autoestimulación o masturbación. Sí: la práctica de la masturbación puede ser una excelente manera para conseguir algo que es muy importante en la normalización de la vida sexual de las personas discapacitadas y que no es otra cosa que la pérdida del miedo a su propia sexualidad. A ello pueden colaborar los juguetes eróticos. Y es que, tal y como vimos en nuestro artículo “Uso terapéutico de los juguetes eróticos”, los sextoys pueden cumplir a la perfección una tarea que, en buena medida, excede los límites de lo lúdico para invadir el terreno de lo terapéutico.
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